El paradigma mecánico de la sociedad industrial viene siendo revertido y cuestionado por el desarrollo y avance de las tecnologías digitales, la biotecnología y la genética. El cuerpo-reloj –del que habla Paula Sibila -, modelado por la tradición mecanicista, es desplazado por el cuerpo digital: un cuerpo programable, dominable genética y biológicamente; un cuerpo sin mecanismos, pero con moléculas que se combinan, se suplantan, se agregan, se manipulan. El cuerpo y su funcionamiento devienen una abstracción. A las poleas, tornillos y tuercas –encarnados por los músculos, arterias y huesos-, el enfoque biológico opone el universo de lo microscópico, de la realidad algorítmica, del software en su más pura expresión.
En la sociedad del siglo XXI el carácter orgánico y material del cuerpo humano es reemplazado por un ideal aséptico, virtual e inmortal. El “hombre software” apela a la manipulación, con el objeto de alcanzar parámetros de belleza idealizados, artificializados, manipulados por Photoshop y sus correlatos quirúrgicos.
El siglo XXI trae consigo la irrupción del paradigma biológico para el cual el cuerpo es una entidad numérica. El genoma humano, compuesto por pares de bases, actualiza el carácter binario del universo digital. En él, todo es programable y manipulable a un nivel microscópico. El cuerpo es puro material biológico que puede ser alterado, clonado, manipulado. El cuerpo es información, lo que, en suma, termina por desmaterializarlo y ubicarlo en el universo de los datos puros.
En el campo artístico esta reconfiguración de los paradigmas que involucran al cuerpo, plantea nuevas encrucijadas. Probablemente, en el campo del arte robótico traiga aparejada una reformulación de las estructuras corpóreas. Lo cierto es que, material o virtualmente, la hendidura que delimita los territorios del cuerpo y de lo intelectual sigue aún presente. Pareciera que la brecha resulta difícil de zanjar.
Mariela Yeregui
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